Cansados del performance en tiempos de aceleración
Estoy cansada mientras escribo esto, pero tenía que escribirlo porque llevo demasiado tiempo pensando en las estructuras que rigen nuestra contemporaneidad.
¿Se acuerdan del primer episodio de Los Sopranos titulado Prozac y Patos, en donde podemos ver la depresión de Tony cuando los patos que habían migrado a su piscina se van?
Pues algo así me pasa cuando entro a redes sociales o a Google. Veo que eso que tanto nos gustaba se ha ido. El internet que conocimos ya no existe. Supongo que estarán de acuerdo conmigo: hacer scroll en Instagram, X, LinkedIn o TikTok se ha convertido en una experiencia agotadora, repleta de anuncios de cientos de productos y servicios promocionados por influencers o, incluso, por amigos comunes que no aspiran a serlo.
No es nostalgia, mi queja es un grito de auxilio porque el internet en el que vivimos y que ha sido pujado por la aceleración de lo digital nos está matando las ideas y los vínculos reales. Insisto, no es un comentario de señor mayor que se asusta por la inteligencia artificial. No, no es eso. Es que el entorno relacionado a la productividad profesional se ha limitado hacer push de productos, tanto es así, que nos pide a nosotros mismos convertirnos en uno.
La palabra performance ha llegado al ser humano exigiéndole métricas como producto y lo peor es que se introduce en todos los niveles: ideológico, moral, comercial, intelectual, personal. ¿Cómo podemos vivir ante la amenaza de perdernos en una máscara absoluta?
Conozco personas que al igual que yo están exhaustas por la cantidad de trabajo que deben realizar para ganar un sueldo que, a su vez, está directamente vinculado con la promoción que hacen de ellos mismos en redes sociales o en su vida cotidiana. En España esa labor es conocida como autobombo. Sin embargo, saberse en el sistema es seguir autobombeando, cual corazón roto al que se le pide latir más rápido.
La llegada de la IA, AI, inteligencia artificial, Chat GPT, gepeto o como quieran llamarlo, puede entenderse como una automatización de tareas que ya son necesarias de hacer por el ser humano. Lo comprendo y lo comparto, sin embargo, entendiendo cómo el mundo ha funcionado hasta ahora me pregunto si no será un paso adicional en la búsqueda por acelerarnos más, por tener un mejor performance -no escuchaba esto desde los anuncios de Viagra- y, por lo tanto, estar más agotados en esta constante carrera por parecer más exitosos, más creativos, en fin, ser más robots que no se cansan en vez de seres humanos que viven gracias a una vasija limitada llamada cuerpo.
Hace unos días publiqué una reseña sobre la novela Los últimos americanos (Chai, 2025) del escritor afroamericano Brandon Taylor. La historia se centra en un grupo de estudiantes de poesía, arte, danza, en los campus universitarios de la ciudad de Iowa. Ellos están a cada instante haciendo el performance de lo que es ser artista, poeta, bailarín, gay, negro, blanco o intelectual, pero en realidad no se detienen a ver qué pasa fuera de esa burbuja performática, llamada vida. En general, varios de los personajes no dudan de lo que creen de los otros ni de ellos mismos, es una automatización, es performance de lo intelectual.
Taylor da en el clavo con esta apreciación, ya que en una sociedad en la que no tenemos tiempo para tomar el café porque hemos convertido los vínculos en interacciones mínimas por mensajes directos en Instagram o TikTok, Whatsapp, correos de trabajo, el debate para entender complejidades es cero. La fragmentación del tiempo hace que solo podamos vernos a nosotros mismos, en muchos casos por egoísmo o narcisismo y, en otros, porque es la única forma de seguir en la rueda de la productividad que te hace pagar el piso, la comida, etc; pero donde la conclusión definitiva es que no estamos obteniendo un feedback complejo y profundo sino un rush de dopamina. Casi como si prefiriésemos vivir en la simulación.
En mi trabajo la premisa consiste en que la web sea óptima a nivel de performance, entiéndase: que cargue velozmente para impactar más rápido con los anuncios a usuarios mientras leen las noticias o impactar más rápido con cantidad de productos que generen ventas. Esta regla no es diferente para otro tipologías de páginas, ya sea un marketplace como Amazon o la web de tu pueblo que vende bikinis tejidos a mano. Todo consiste en ser el primer espermatozoide en llegar al óvulo y reproducirse, léase, consumir dentro del mercado.
En su nuevo libro Colección permanente la escritora María Negroni dice que el ritmo -entendiendo el ritmo poético- “es una cadencia que apacigua” y también “un modo de respiración”. Se nos ha olvidado respirar - no es de extrañar la cantidad de cursos de meditación que se venden en internet- pero más allá de eso, hasta se ha olvidado dar respiro no solo a nuestro día a día como humanos, sino también a los productos digitales que creamos. Si el tiempo nos marca a los seres humanos y a nuestra optimización de tareas, la aceleración de ese tiempo marca internet y, los jueces de dicha rapidez -Google, Amazon, Meta, X y todas las comercializadoras de publicidad digital-, son los que regulan ese éxito de optimización. ¿No es el dragón que se muerde la cola? ¿Cómo respira un robot humano? ¿Es posible? ¿Es lo que queremos?
La vida del ahora es eso, una estadística, una analítica -no estoy descubriendo nada nuevo-, pero esta apreciación me asusta porque es lo que se ha impuesto y simplemente estoy desvelando mi queja al no querer adaptarme al cambio de hoy, y del que no sé si pueda o podamos escapar.
¿Podremos? Si es así, ¿cómo? En serio, ¿cómo? Hace años le decía a mis amigos que nuestra guerra mundial iba a ser por el tiempo y el agua. El tiempo es esa concepción creada por nosotros mismos que hoy en día tiene más valor que el dinero, pero que no nos atrevemos a cambiar porque no podemos romper un sistema afianzado, ese que decidimos hace muchos atardeceres atrás, cuando le pusimos números a los procesos naturales que hace la tierra en donde vivimos. Es así como viviremos en nuevo oscurantismo -no estoy descubriendo el agua tibia-, sino que se constata, seremos más óptimos pero menos pensantes, porque en el fondo no nos da tiempo de procesar como una máquina, por lo menos, por ahora.
Aquí algunos datos interesantes sobre esta robotización para la expansión y aceleración del sistema capital:
En una entrevista que el periodista Xavi Ayén le hizo a la socióloga australiana Judy Wajcman, de la London School of Economics, y autora de Pressed for time. En el articulo la catedrática afirma que las ideas del filosofo Zygmun Bauman -ese que todos queremos- sobre una sociedad líquida “en la que mandan la movilidad, el cambio y la transformación” no eran las más acertadas, ya que eso funciona sólo para un número pequeño de gente privilegiada. Ella daba el ejemplo de los británicos, donde más de la mitad de ellos “viven en un área de ocho kilómetros en relación al lugar donde nacieron”. O, en Estados Unidos, donde “dos de cada tres personas no tienen pasaporte. No tenemos que exagerar: a pesar de la globalización, la vida local ocupa la mayoría de nuestro tiempo y la gente sigue permaneciendo estática”. Este ejemplo de Wajcman me resonó en la cabeza, ya que no hay día en que no me sienta que estoy haciendo lo mismo desde hace 8 años y, más aceleradamente, desde la pandemia.
Por otra parte, no es de extrañar, que muchos de nosotros desde la pandemia hemos sentido mucho más cambios en nuestra calidad de vida y en nuestro sentido de la productividad. Las compañías adelantaron de golpe de 3 a 4 años la digitalización de sus cadenas de valor y 7 años la cuota de productos digitales en cartera. Estos datos del estudio de Mckinsey confirma la curva de adopción, que antes era gradual, pero ahora saltó a varios años en pocos meses. A su vez, la auditora Grant Thornton confirma en su estudio, que la sensación de burn out en los trabajadores del mercado estadounidense ha aumentado un 15% en el último año.
Así como los muñecos de hielo de la foto se derriten con el paso del tiempo, nuestras formas de procesas deberán adaptarse o no, para no morir en el futuro. Gracias por leer este post tan apocalíptico.
No sé si ha afectado mi salud mental (probablemente sí) pero sí creo que me he desenganchado un poco más de la vida online